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miércoles, 4 de marzo de 2009

Eneko tiene visita

Sonó el timbre de la puerta, una, dos, tres veces. Silencio. Una, dos, tres veces. Sí, era la contraseña. Eneko se hacía tirabuzoncillos en los pelos del ombligo, indeciso: Quién será, igual ni siquiera es la puerta, podría ser un cíclope del drogaverso, podría ser algun indeseable, pero también podría ser la Reina...
Se levantó con el andar robótico de los bebedores de jarabe, levantando mucho las rodillas y estabilizándose con las manos; las pupilas a punto de salirse de sus ojos, tropezando y soltando palabrotas. Miró por la mirilla y la vió, melena castaña, traje de neopreno violeta, minialas, nariz redonda, colmillos afilados. A su lado una especie de troll se sacaba un moco interminable, verde y lleno de pelos, salpicado de puntitos rojos. Eneko se soltó el pelo para estar fuerte y guapo y se peleó un rato con la cerradura hasta que logró abrir la puerta.

Oloa estaba acostumbrada, pero Filomeno dejó de rascarse la nariz y se echó un poco para atrás al ver la cara de Eneko. Adelante mi reina, decía el tío. Le había cogido la mano a Oloa y se la besaba. Filomeno miró a Oloa inquisitivamente, entrecerrando los ojos, y por un momento, en vez de la muchacha descuidada, de pelo ondulado y apenas una camiseta y un pantalón encima, vió a una especie de superheroína manga, con ojazos manga, pelo salvaje manga y piel de color azul claro. Parpadeó. Oloa estaba dentro de la casa, sacando una naranja del frigorífico.
El tío colgao que les había abierto estaba enchufando un tocadiscos a unos altavoces grandes como una persona. Se movía a trompicones y sacaba discos de vinilo de una caja.
Filomeno se acercó a Oloa, ¿qué le pasa al tío este? ¿va drogado, no? Oloa no decía nada, así que Filomeno la sacudió por el hombro. Ella se dió la vuelta y algo en su cara hizo que Filomeno se quedara callado. Entonces un estallido de música atronadora, y unas palabras casi inaudibles:
Tranquilo, yo soy la Reina del Death Metal