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domingo, 8 de marzo de 2009

Grandes remedios

Un día llamó a la puerta del profesor Ubuntu un tío que tenía sida; se echó a sus pies y le pidió que lo curara. Era un caso complicado así que el profe decidió llamar a un par de colegas para crear un conjuro trifásico.
Al hombre todo le parecía bien con tal de encontrar un remedio, y le ofreció al profesor el oro y el moro. El doctor Bashir Issa, antiguo pirata somalí reconvertido a la brujería y Moko, un negro absolutamente negro de Cafrería, fueron rápidamente a la casa de Santos ante la promesa de dinero fácil. A ellos no les iba a dar ninguna pena un tipo con sida, pues el que más el que menos, tenía parientes o amigos muertos o medio muertos por el virus.
El caso es que se dispusieron a realizar un poco de magia. Debatieron con unos whiskys en la mano. El hechizo iba a necesitar sangre; iba a necesitar semen, también un poco de ayahuasca y whisky sin duda, una pizquita de cocaína y unas chuletas de cerdo. Se sentaron los cuatro en el salón de alta magia y Anita, la señora de Ubuntu, trajo comida en una bandeja. Tras un cuarto de hora con el whisky, empezaron con la cocaína. La charla se animó, a la vez que se hacía más estúpida: el conjuro iba a necesitar varios trocitos de útero de los que se desprenden con la menstruación, iba a necesitar unas cuantas jeringuillas de las que se encuentran bajo los puentes de las autopistas, tendrían que invocar al gran Mono Karateka sin ofender a Iemanjé, cosa chunga. La ayuda de Buda no vendría mal, y teniendo en cuenta que Ramón, el afectado, era cristiano aunque no practicante, un poco de vino y unas hostias consagradas serían de recibo. La discusión arreciaba y Ramón, embriagado por las sustancias, opinaba y gesticulaba. Pronto se encontraron todos en pie, dando voces y sorbiendo whisky aguado. El profesor Ubuntu apuntaba en una libreta de papel cuadriculado todos los ingredientes, y Moko daba palmadas rítmicas sobre un tablero de ajedrez.

En esas estaban, cuando Anita entró con el te de ayahuasca, vegetal que hay que respetar por sus poderes entrópicos. Tras dejar en la mesa la tetera, el profesor Ubuntu la despidió con una palmada en el culo, pero el doctor Issa dijo que una fuerza femenina era poco menos que imprescindible; Anita declinó amablemente la cocaína, el whisky y las chuletas, pero se puso un vasito de té para relajarse. Entonces sacaron unos puros habanos. Moko se echó a cantar sin dejar de sacudir el tablero de ajedrez. Casualmente, Anita conocía el tema y unió su voz al ulular de Moko. Ramón se rascaba la cabeza, atorado en su sufrimiento, pero al poco golpeaba con ritmo los brazos de piel de su sillón. Este fue el momento que Bashir Issa eligió para traer unas pajitas, que cortó en punta con su cortapuros. Los brujos se miraron y agarraron cada uno una pajita. Anita desnudaba ya a Ramón, que se dejaba llevar como un madero sobre las olas. El profesor Ubuntu clavó una pajita en la vena femoral del enfermo, y el doctor Issa hizo lo mismo con la aorta. Entonces sorbieron. Sorbían la sangre, que manaba fácil, y la escupían en una fuente de plata. Sorbieron y sorbieron hasta que Ramón se puso blanco.
Un repartidor de pizzas llamó a la puerta y casualmente traía todos los ingredientes para el hechizo, camuflados sobre una masa pan con extra de queso. Anita dispuso los materiales sobre el tablero de ajedrez, mientras la música sonaba por efecto del eco entrópico del te. Los brujos habían sorbido tanta sangre que Ramón era un pellejo relleno de huesos que entrechocaban al ritmo de la música. Entonces echaron a la fuente de plata, junto con la sangre, el semen, las jeringuillas, los trocitos de pared de útero, las hostias consagradas, un culito de whisky, un poco de coca, un trozo frío de chuleta, un poco de ceniza de puro para acelerar el proceso, todo lo demás y alguna otra cosa interesante que se les reveló en el frenesí brujeril: hilos de piel de plátano, un peón negro y una torre blanca del ajedrez de Ubuntu, la página cuatrocientos cuarenta de la Divina Comedia, una uña del dedo gordo del pie izquierdo de Bashir Issa, y un librillo con una sola hoja de OCB, papel de fumar preferido de Moko.

El Mono Karateka apareció sin invocación previa, debido a la potencia del conjuro, y con un baston de bambú comenzó a batir el mejunje, hasta que la fuente quedó llena de un líquido blanquecino un poco maloliente. Fue Anita la que trajo azafrán de la cocina y añadió hasta que el líquido se volvió rojo rojo.

Entonces clavaron un embudo sobre la caja torácica del enfermo y lo rellenaron con este líquido. Ramón abrió los ojos al momento y se levantó, desorientado. ¡Listo! dijo el profesor Ubuntu. Son mil euritos. Estás como nuevo: pero recuerda una cosa, si consultas a un médico, el conjuro se deshará sin remedio. Agarrando a Ramón por el brazo lo condujo a la puerta, le recomendó cautela al volante y cerró dando un portazo.