Me llamo Chungo Safsaf y soy recolector
de bekele. Por el día, busco los altos conos de tierra de la hormiga
kele, y recojo tierra de la boca de los conos. Necesito unos diez o
doce de estos para obtener el material suficiente para un viaje. Por
la noche, todas las noches, me unto barro bekele por todo el cuerpo
como me enseñó mi abuelo hace ya mucho tiempo.
Las hormigas kele son grandes como mi
dedo pulgar, pero no son peligrosas si conoces el saludo del
recolector, que no mencionaré aquí, pues no quiero que caiga en las
manos equivocadas y además no está en un lenguaje que pueda ser
escrito.
Yo vivo en una furgoneta Toyota, que
trajeron desde Japón. La furgo no tiene ruedas, ni ventanas. En
lugar de ruedas hay cuatro leopardos, a los que he llamado Mateo,
Juan, Lucas y Judas. Tampoco tiene ya motor, mi furgoneta Toyota,
sino un gran bidón de gasolina que corté por la mitad y que he
llenado de tierra fértil, donde cultivo girasoles que asoman por el
lugar donde debería estar el capó y que proveen de energía
ventólica a mi casa. También me dan semillas entretenidas, que me
ayudan cada día a pasar el tramo que va desde la tarde hasta la
caída del sol.
Cuando el sol se oculta tras las
montañas, lleno un cubo con tierra kele y orino en ella. Bebo mucho
té verde con ajenjo, para orinar lo suficiente y luego remuevo la
masa con una cuchara de madera que siempre llevo colgada al cuello.
Entonces me pongo mi máscara de pequeño rinoceronte (un cráneo
trabajado, que me sirve para evitar que el bekele entre en contacto
con la piel de mi cara y me protege de genios maléficos, además de
darme un aspecto bastante guapo).
Una vez hecha la mezcla de orina y
kele, sintonizo la radio de las Mil Colinas, y me unto bien el cuerpo
con el barro. Comienzo por la planta de los pies, y entre los dedos,
y luego las piernas, el culo, la panza, el pecho, la espalda, los
brazos y por fin el cuello con mucho cuidado, bajo el hueso de
rinoceronte. Mi abuelo dijo que si el bekele entra en contacto con mi
cara, podría perder la razón. Cuando me he embadurnado por
completo, subo al techo de la furgoneta y me tumbo en la estera de
hoja de palmera. Si hay luna llena, abro la sombrilla de Cocacola; si
la luna es débil, simplemente cierro los ojos.
El bekele empieza a filtrarse por los
poros de mi piel y los leopardos de las ruedas se desperezan y
ronronean, abren las fauces y se atusan los bigotes. Los girasoles se
yerguen, enhiestos hacia el cielo estrellado y escupen alguna que
otra semilla, pop, pop, porropop, pop. Los tambores de la cena suenan
débiles, procuro tener la radio bien fuerte. Las Mil Colinas emite
metal, Motorhead, Black Sabbath, Megadeth, Iron Maiden, algo de jazz
quizá, si está King Bonga a los controles, Miles Davis, Coltrane;
Jack Teagarden es mi favorito.
Antes o después, la intensidad de los
tambores de la cena aumenta hasta sobrepasar el volumen de los
altavoces de la furgo, y el ritmo tamborilero me inunda. Esta noche
hay misionero en el caldero, carne vieja, que no me gusta mucho. Lo
mejor es cuando toca alguna rubia cooperante, de carne tierna que no
necesita hervir y a las que tradicionalmente espetamos para servir a
la brasa.
No se puede comer durante el viaje
bekele, así que utilizo las técnicas de respiración Camisa de
Hierro y continúo el filtrado, mi corazón late tan despacio ahora,
pom, mi respiración es tan lanta ahora, fiiiuu, exhalo, pomm, lato,
snifff, inhalo, pomm, diástole, ya he aprendido a no asustarme, el
siguiente movimiento de sístole, ya llegará, no exhalo, el ritmo
frenético de los tambores se apaga, el bombo de la batería sonó
hace mucho tiempo en este cuatro por cuatro, veo la jungla por el
rabillo del ojo, un gorila se golpea el pecho, un pájaro se sostiene
en el aire, pienso en las tetas negras de Zaza, le hago el amor a
Zaza, en mi cabeza, y aún no llega el siguiente latido, y aún no
siento la necesidad de exhalar el aire de mis pulmones, me da mucha
risa este momento, una anticipación cosquilleante, mi mente se posa
en cualquier parte, recuerdo las clases de inteligencia artificial en
California, recuerdo alguna posición de alguna partida de ajedrez
contra el cubano del motocarro Isuzu, veo con todo detalle la madera
gastada y grasienta de mi caballo y todos los saltos que puede hacer,
veo mi bolsa de tabaco Aldea, recuerdo el cetro de calaveras de mi
abuelo, recuerdo al Chunguiperro que me regaló, y creo que puedo
observar como me crece el pelo de la barba, a esto lo llamo viajar a
la velocidad a la que crecen las uñas y entonces sucede: no hay
tiempo. No hay espacio tampoco, claro. Está el bloque congelado, veo
las cuerdas de los científicos iluminados, veo con mi bocota abierta
en una carcajada las bolitas que buscan los tecnos del acelerador de
protones, y me parecen mocos modelados, no miro mucho, hay que poner
los ojos así, a la manera miope, si no eres miope, no podrás
soportar el bekele, veo todas las posiciones posibles, pero no me
fijo mucho porque me da miedito. Ya no hay música posible, estamos
en la división de una semicorchea, que hubiera sido dividida a su
vez en tantas semicorcheas como números hay en el conjunto de los
números naturales. Y yo agarro la llave de la Toyota y hago girar el
contacto, más como un chiste que por otra cosa. Judas ruge, Mateo
ruge, Lucas ruge, Juan ruge, yo me desperezo y aprieto el acelerador.
De un salto estamos en París. En el 4º
arrondisement, Rue des Francburgoises. Dejo a Idriss sobre el cartel
de la tienda de falafel. Cada vez queda menos sitio libre en el
bloque. Menos posiciones sin ocupar. A Hamada tengo que dejarlo
colgado de una farola, un poco más lejos, a Tokumbo en un túnel
inexplorado de las catacumbas parisinas.
Trato de poner una canción. Sé lo que
pasa, pero no me importa, aquí viene Simphony of Destruction de los
Megadeth, todo un clásico. En el preciso momento en que pulso play,
toda la canción ha sonado, pero me queda el efecto. Salto a Tilburg,
en Holanda, y dejo a Houda y a la sherifa Fatuma, vieja gorda
gruñona, la coloco justo encima del público de un concierto de rap,
parecerá que se ha tirado del escenario. Ya me quedan solo los que
han pagado poco, poco. Se quedarán en algún punto del hielo de
Finlandia. Dentro de poco, voy a tener que pasar a la gente por
Siberia.
Ojo, que empiezo a sudar. Mira que yo
soy bueno y nunca he dejado a nadie en fusíón. Imagínate, aparecer
justo donde ya hay materia, una simple mosca te puede joder, un
gorrión, una araña (pero no su tela, siempre que esté limpia) La
contaminación de las ciudades también está dando problemas, pero
yo soy bueno, yo veo los sitios, aún hay sitio, aún se expande el
bloque espacio-tiempo más rápido de lo que yo ocupo nuevas
posiciones, pero no sé si mi nieto podrá seguir en el bekele.
La migra me huele, los chunguiperros de
la policía migratoria son cada vez más impertinentes, incluso he
visto gatos parpadeantes, que confunden a mis cuatro leopardos
evangelistas. A veces, cronomagos, adolescentes hasta las cejas de
jarabe para la tos, o de salvia, o con simple marihuana, pero sin
capacidad de ubicación, meras figuras fantasmagóricas con los ojos
como platos. A veces, por gastar una broma, hablo con ellos, les
cuento cualquier historia que se me venga a la cabeza, suelen buscar
el santo grial, qué se yo, alguna verdad absoluta, quieren saber,
saberlo todo. Quieren el mapa del bloque, pero el bloque no tiene
mapa. Con mi cráneo de rinoceronte y mi picha al aire, debo
parecerles algún diosecillo, obsesionados con dios, con la creación,
con el fin, con el propósito de sus vidas. Yo no hago preguntas, yo
me gano la vida. Mis precios son justos, no quiero ser rico, me
gustaría comer siempre muslo de cooperante europea, pero no hago
ascos a los misioneros, ni a viejos matrimonios de compradores de
niños, ni a aventureros que quieren echarse una foto con unos
cuantos negros caníbales.
Atención, ahora si que sudo, realmente
se ha filtrado casi todo el bekele. Pongo otra canción para probar
el tiempo, Stuck in the middle with you, de Steeler Wheels, chan
chan, no ha sido instantáneo. Ahora vienen las turbulencias.
Gente soñando, gente meditando, los
inútiles de los monjes asiáticos, que han puesto técnicas secretas
a la venta, el zazen de los cojones, la gente de los estudios de
yoga, los niños que se abstraen delante de un plato de lentejas,
karatekas haciendo katas de cuarto dan, el bloque se convierte en
flan, los de los servicios secretos, probando nuevas drogas
psicotrópicas, los corredores de larga distancia, algún alumno de
matemáticas en medio de una clase soporífera, el tío ese que come
pipas de girasol tostadas y saladas y se queda en las nubes, con ese
tengo que tener mucho cuidado, me mueve la zona de anclaje con
verdadera facilidad, un día tengo que probar a dar el salto con mis
propias pipas.
Y aquí estamos de nuevo, amanece que
no es poco. Mis leopardos rueda bostezan, se enroscan como mininos.
Quito las llaves de la furgoneta, me quedo al volante, pensando. El
próximo salto lo daré con mis machetes al cinto. Abro la puerta, y
piso el suelo de mi tierra, en mitad de África. Me echo unos cubos
de agua por encima, me pongo desodorante Ubik. Enciendo el móvil y
veo un vídeo de lucha-loca. Me llegan algunos wasaps, los clientes
de esta noche. Me pongo las chanclas y me voy a ver al profesor
Ubuntu, a que me dé aunque sea un filete de pechuga de misionero.
Aún tengo que recoger mucha tierra de los conos. Soy Chungo Safsaf,
recolector de bekele.
muy chulo!!!!
ResponderEliminarApasionante volverte a leer. Lo he leído escuchando a Teagarden de fondo. Tu escritura es limpia y exacta. Cómo te envidio.
ResponderEliminar