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viernes, 9 de julio de 2021
El robado
Dicen que el tiempo no existe. Ahora. Hoy, ocho de julio de dos mil veintidós. Que es un invento. Que si dejas el libro allí sobre tú sofá, el libro ya no está cuando te has girado. ¿Y tu sofá? Tampoco, claro. Dicen que el tiempo no existe, o que existe mucho. Que tu apodo te lo puso el cabrón de tu amigo mientras sujetabas una puerta muy fuerte para que no entrasen los orcos, y encima se te quedó esa cara de tonto, dentro de veinte años. Eso que sucede mientras cagas, mirando la pantalla de tu móvil, leyendo las noticias tejidas a tu medida, inventadas para tí casi; eso que pasa, el tiempo, es mentira, y está hecho de piezas si acaso, pero piezas de mentira. Que hace un segundo eran las 16:44 y ahora, mientras te limpias el culo, son las 5:20 y te queda poco de ese mecanismo antes de tener que despertar. Y cierras los ojos dicen, y todo desaparece. Y cuando los abres, las piezas, encajan, de manera cuántica, y como quedándose contigo, ojo que llega. El mundo se monta como cuando los juguetes de toy story se hacen los dormidos, o algo parecido. Dicen que no existe, pero me queda poco, dicen que no existe pero aquí estoy, agarrando el dedo de mi nieto, mientras su padre, mi hijo, me dice, qué prisa hay, siempre puedes morir otro día, pero si quieres, pero si quieres ... Desmontamos el barco de piezas que no son lego. Si quieres te enseño quieto, junto al mar, dorado, azul, horizonte, te enseño el ulular cristalino del horizonte, el balón de fútbol que perdiste entre los matorrales, te enseño si quieres todas las sillas donde estarás sentado, te enseño las tetas, quietas, pegadas a una camiseta de no recuerdo qué color claro, el sudor apenas, los pelos de melocotón del momento de morder la miel de la colmena, nena, tus dedos en un enchufe. Estate quieto, te estoy robando, me estás entregando, dando, eso. Las bolitas, las cuerdecitas, los nombres que le quieras dar. Resulta que pesa el tiempo. Que no existe pero pesa. Que está hecho de luz el tiempo, de luz que es onda y es clavícula, que la canción que tocas, flota estirada como un mantón de manila, allí hay un sol, sí, en la playa aquella, y aquí el fa fa fa fa fa tan feo fa bemol, no te atrevas a llamarlo así, pero sí allá, allí, a un lado al otro, a izquierda y derecha, surge el tiempo cuando lo miras, pero mientras no miras, te lo robo, y tan atrevido me he vuelto, que te lo robo ya siempre, a cualquier hora, claro, te saco de los bolsillos eso que ibas a hacer y no hiciste y me lo como con su sabor a helado de pistacho, o lo guardo en una caja y dejo de mirarlo y entonces se desvanece, evapora, languidece el tiempo, como una gorda negra sudorosa llena de chocolate en una noche de moscas y mosquitos, te la quito, nunca le mordiste el culo, nunca te sorprendiste de lo áspero que era su pelo y lo suave que era el hoyo de su espalda, ni pensaste que su coño es como una sandía, todo eso, y más te lo robé con android, te lo robé con netflix, te lo cambié por otra historia, y muchos anuncios de coches fuera de sus correspondientes embotellamientos, como si los pinos, y la montaña alta, y la sierra monótona de las chicharras fueran a devolverte aquello que te robé, nada te robé, te robé nada.
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