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domingo, 12 de abril de 2009

Tardes en el bosque

Botax el Gordo no siempre fue Botax el Gordo. Este apodo se lo puso Hua Feng, un viejo manchú de la vieja Manchuria. Y sucede que el viejo Hua Feng ni siquiera era el viejo Hua Feng, sino que era un mono de las montañas manchurias. Sí, todo un lio, que habría que desenrollar por partes, si es que tienes un rato para escuchar la voz en times new roman de Gaurwraith el multicopista.

Había una vez un niño llamado Botax y había una vez un mono sin nombre de las montañas de Nosedónde. El niño Botax vivía en una aldea donde se cultivaba arroz y se criaban ovejas y caballos. Con doce años o así, más o menos en la edad en que los niños comienzan a buscar un lugar apartado para sacudirse el pito, una tarde fresca de abril, se hallaba Botax atareado en este mismo menester, cuando atisbó entre las ramas un mono que remedaba su gesto; un mono pequeño de larga cola y cara de cabrón, que lo miraba con ojos burlones. Esta fue la primera de muchas tardes parecidas, en las que niño y mono se dedicaban al antiguo entretenimiento de agitarse el rabo. Pero una de esas tardes, cuando Botax, ojos entrecerrados, visualizaba en su mente las tetas redondas de cierta muchacha del pueblo, advirtió que el mono no empezaba a su vez el consabido meneo, sino que jugueteaba con un libro, que mordía y chupaba. Entonces Botax se acercó al mono y este le entregó el libro, como reconociendo en él una inteligencia mayor, que sin duda sabría darle mejor uso a esa cosa incomestible y poco sabrosa al tacto lengual.

Botax no sabía leer, pero abrió el libro y observó unos dibujos que representaban perfectamente a un hombre, vestido de forma extraña, en distintas posiciones, que formaban una secuencia de movimientos. Botax miraba el libro y entendía lo que allí se mostraba: era un libro de golpes. Un libro de puñetazos y patadas. Entonces Botax se puso a imitar los movimientos del libro, y una fuerza desconocia invadió su cuerpo. A su lado, el mono hacía todo lo que él hacía. Durante una hora, practicaron juntos los movimientos descritos en el libro, hasta que empezó a oscurecer y Botax cerró el libro de golpes y se fue a dormir.

Al día siguiente, como de costumbre, volvió al bosquecillo del placer solitario, pero no pensó en tetas redondas ni lenguas sobre su cuerpo, sino que abrió el libro e imitó los movimientos de los dibujos. El mono estaba allí con él e imitaba todo lo que hacía. Pasaron meses. El libro se complicaba y los movimientos eran cada vez más inverosímiles, con saltos y giros, patadas en las que aparecía un dragón en la punta del pie, que Botax imaginaba ver al realizarlas. Se fue un año, en el que Botax y el mono habían pasado cada tarde en la paz del bosque practicando con los dibujos del libro. Los últimos capítulos del libro de golpes mostraban al hombre de traje extraño sentado en la misma posición durante páginas interminables, así que Botax y el mono se quedaban sentados durante horas interminables, día tras día tras día. Uno de esos días, Botax vió al hombre que salía dibujado en el libro, dentro de su cabeza, y le hablaba.
Hay cuatro movimientos secretos en este libro, decía el hombre, los más difíciles de aprender, pero con mi ayuda, el mono y tú lograréis dominarlos. El mono debió tener una visión parecida, pues al día siguiente partieron ambos hacia un lugar que el hombre dibujado les indicó también.

Era una cueva en lo alto de una montaña. Allí aprendieron las técnicas secretas del libro de golpes: fueron capaces de volar, sobre una nubecilla azulada. Después aprendieron a aumentar de tamaño y a hacerse pequeños, luego aprendieron a crear un ejército de clones a partir de pelos de sus narices y por último aprendieron a cambiar de forma a voluntad, transformándose en cualquier cosa que se les ocurriera.El hombre del libro les habló una última vez, para decirles que ya sabían todo lo que el libro podía enseñarles, pero que solo uno de ellos podría tener ese conocimiento, de modo que tendrían que pelear para ver quién de los dos merecía ser el depositario de la sabiduría suprema del libro de golpes.

Pelearon. Fabricaron tantos clones como pelos tenían en sus narices y se transformaron en gigantes que se atizaban golpes que provocaban terremotos y tormentas. Lucharon como hormigas entre selvas de hierba y se mordían como tigres, se aullaban como perros salvajes y se transformaban en piedra para salvarse del fuego y en nieve para vencer al fuego y en agua para derretir la nieve y así lucharon y lucharon hasta que Botax se aburrió de la lucha, porque el aburrimiento es un sentimiento humano y el mono no llegó a aburrirse y en ese momento le dió tal trompazo a Botax que lo mandó volando a una playa del mar negro, donde el pobre Botax, aburrido mortalmente, se dedicó a contar granos de arena durante una larga temporada.