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miércoles, 28 de enero de 2009

Kosoka y el zapatero

Cuando tenía ocho años, su padre la vendió a un zapatero anciano y cabrón. La vendió por ochenta kopeks, que entonces era cantidad suficiente para ochenta botellas de vino. El zapatero la trataba igual que a un pollino, a palos. Por supuesto el zapatero disfrutaba dandole palos, asi que las tundas eran diarias, siempre que el zapatero tuviera fuerzas suficientes para levantar la vara, la cuerda, la cacerola, o lo que tocara ese día. Kosoka andaba por ahí en harapos y hacía los mandados del zapatero cabrón. Comía peladuras de patata y sopa de agua de fregar, estaba seca como un palitroque y los pelos le colgaban como cuerdas de esparto. Kosoka era de las estepas mongólicas, tenía la cara plana, los ojos oblicuos y una verruguita respingona y molona en medio de la frente, una verruguita que según el antiguo mapa de verrugas chino, daba suerte, montañas de suerte, burbujeante y suertuda.