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miércoles, 10 de junio de 2009

Radio La Perla

Oloa patalea sin remedio, y muerde los antebrazos peludos y tatuados del hombretón del cuarto D. Efectivamente, está siendo víctima de un secuestro con alevosía, perpetrado por un anciano de unos ochenta y cuatro años, que viste una camisa de hawayano con flores multicolores*. Los pelos del antebrazo que Oloa está mordiendo son pelos blancos y ensortijados. Los tatuajes del antebrazo que Oloa esta mordiendo son dos: un ancla con la inscripción non plus ultra y un corazón en cuyo interior pone Kosoka. Pero aunque algunas gotitas de sangre gotean hasta el suelo de su casa, el viejo no suelta su presa. Con un hábil movimiento, propio de un secuestrador experimentado, sienta a Oloa en una silla de la cocina e inmediatamente la ata de brazos y piernas con una cuerda que parece hecha para amarrar barcas. Acto seguido y también inmediatamente, el viejo fortachón procede a embozar el hocico de Oloa, o lo que es lo mismo, a ponerle un pañuelo en la boca. Después le toca con un suspiro las tetas y luego guarda el suspiro y saca unas maracas del cajón de los cubiertos que está en la mesa junto a la que está la silla sobre la que se encuentra Oloa. Sobre esta misma mesa hay un viejísima radio de altísima calidad, un aparato grande, con una antena muy larga, capaz de percibir las más pequeñas alteraciones de la onda de los megaherzios. El viejo comienza a buscar una emisora en su radio, y a la vez Oloa nota un cierto placer en los pezones. Entre la fritura y el siseo de la radio sin sintonizar comienza a distinguirse la voz de un locutor, muy lejana: ..as noches... la banda... desde la perla... wsssshhhhiiiiuuuu zshhhhhh .... esta .. la radio... don .. de la cumbia ...vive y no muere swwwiiu fzzzwwsss... van a ver, a ver... zzswwhhh... aqui va!

Y entonces comienza a oirse alboroto, como el de público en un concierto, silbidos y gritos y palabras inconexas; en la silla, Oloa parece haberse desvanecido: la cabeza echada hacia atrás, los ojos entrecerrados. Un hilillo de saliva le cae por la comisura de los labios, tiene la piel cubierta de sudor y el viejo vejestorio saca la lengua y le lame el sudor, le lame el brazo hasta el hombro, le lame el cuello y la garganta ofrecida, morena. El viejo viejales agarra entre sus dedos la nuca de Oloa y su cabello, que parece haberse rizado. La desata con sus movimientos minuciosos. Comienza a agitar sus maracas frente a ella, al compás de la música que sale de la radio, el público grita, las maracas laten con un ritmo como de ola en la arena y luego dejan de escucharse, se confunden en el unísono y Oloa despierta, o más bien, duerme más profundamente. Se levanta de la silla y mueve su cuerpo al ritmo de la música que sale de la radio, en mitad de la cocina del viejo viejoso. Levanta los brazos y sonríe a sus músicos, da unos pasitos y agarrando una berenjena del poyete de la cocina se lanza a cantar.

*ya, antes llevaba un traje de neopreno, y ahora lleva una camisa, rogamos perdonen las molestias.

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